Juego, luego existo

pienso y discrepoEl pienso, luego existo de Descartes permite muchas digresiones como, por ejemplo, la que da título al presente artículo.

En el ADN de todas las especies animales está incrustado el patrón del juego. Si consideramos el juego más básico y primario como la representación de comportamientos repetitivos, hechos de manera voluntaria y espontánea, habrá que convenir que en el planeta Tierra jugamos todos. Desde avispas a leones, pasando por tortugas y pájaros, hasta encontrar, en la cima de lo lúdico, a su majestad el hombre.

El juego es la actividad neural con la que el niño aprende, se divierte y se relaciona. De la conjunción de sentir, experimentar y pensar, surge la resultante más creativa: jugar. No hay mejor manera de transitar por la vida que tener siempre muy presente su aspecto festivo. Cierto es que la vida es en muchas ocasiones trágica pero, incluso en circunstancias dramáticas, pensar en modo juego puede aliviar, en ocasiones, el peor trance imaginable.

La realidad puede ser vista como realmente es o verla con una patina optimista. No es extraño conocer a algún familiar o amigo que, en el lecho de muerte, cantaba con alegría los goles de su equipo. Es algo innegociable. El jugar entronca con el sendero más íntimo del ser humano, de tal modo que puede hacerle olvidar grandes penas durante el tiempo en que está presente el juego.

Einstein dijo que Dios no juega a los dados. Puede que sea cierto pero, caso de que Dios exista, toda su creación tendría el juego como elemento esencial. El universo vacío sería el gran tablero donde Dios habría desplegado sus mayores fantasías hasta que llegó un momento en que, el mismo juego, tomó vida propia. Todos los juegos guardan en su seno enigmas que nacen de sí mismos, de azares invisibles que ponen la distancia adecuada entre la técnica y la magia.

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